7.08.2005
En Ciudad Infernal resulta difícil lidiar con la cotidianeidad del transporte, los tumultos, el asfixiante y oloroso metro, el trafical, el calorón y demás agentes externos. Aunado a eso tengo que luchar con mis demonios internos, tragar gordo cada que escucho una canción o una historia triste y cada vez que paso por lugares detonantes, como para que encima de todo llegue a descansar a “la base” (porque no puedo llamar casa a donde vivo ahora) y no encuentre paz al final del día. Creo que en estos días eso es un lujo, pretender tener paz, intimidad y libertad es realmente costoso monetaria y mentalmente hablando. No me gustaría llegar a vieja convertida en una “Luz María” llena de frustraciones, envidia, traumas, hipocondría, neurosis, manías extremas y una profunda soledad; eso sin tomar en cuenta los achaques propios de la edad. La sabia voz de mi conciencia ahora me dice que por salud mental debo huir de su casa, de esta doña que acostumbra a cagar con la puerta del baño abierta. Como ahora, muchas veces me he reído de mis problemas, por eso me encanta la filosofía de Woody Allen en su cinta “Melinda y Melinda” (“Melinda and Melinda”, EUA, 2004) en donde nos hace ver con maestría que la vida puede ser una total tragedia o una genial comedia, todo depende del tratamiento del guión, es decir de la actitud que cada quien tome ante los acontecimientos.Pero no todo es negrura en Ciudad Infernal; gracias al cielo existen los amigos, Reactor 105, la Cineteca Nacional y fiestas alternativas con excelente música y performances poca madre. Un puñado de estos ingredientes es suficiente para sobrevivir entre chilangos no por gusto sino por puritita necesidad. Así que entre empujones, rock y cine me ha llegado la adaptación. Ahora bien, no hay que confundir estilo de vida con calidad de vida. Es verdad que en mi tierra natal hay más espacio y tranquilidad, bueno hasta me dí el lujo de tener mi propia casa. Pero todo ello de nada sirve si no hay espacios laborales y culturales alternativos y dignos. Recientemente me topé con el nuevo número de la revista “Chilango” donde en un artículo tocan el tema de la inmigración a la capital y de cómo los inmigrantes se han adaptado a tal grado que extrañan el caos cuando están lejos del D.F. Incluye un listado de consejos bastante cómicos sobre cómo sobrevivir en provincia, haciendo alusión a la fama que se han ganado los chilangos. Este número, dedicado al “Amor Chilango” enuncia una gran verdad: un chilango viviendo en provincia se muere de aburrimiento, no sabe qué hacer con tanta tranquilidad y tiempo libre.Por otro lado, pude comprobar que la provincia es un oasis, un escape de fin de semana. Mientras yo huyo a Puebla, algunos chilangos a Teques, a Cuernavaca o a Querétaro.
En Ciudad Infernal resulta difícil lidiar con la cotidianeidad del transporte, los tumultos, el asfixiante y oloroso metro, el trafical, el calorón y demás agentes externos. Aunado a eso tengo que luchar con mis demonios internos, tragar gordo cada que escucho una canción o una historia triste y cada vez que paso por lugares detonantes, como para que encima de todo llegue a descansar a “la base” (porque no puedo llamar casa a donde vivo ahora) y no encuentre paz al final del día. Creo que en estos días eso es un lujo, pretender tener paz, intimidad y libertad es realmente costoso monetaria y mentalmente hablando. No me gustaría llegar a vieja convertida en una “Luz María” llena de frustraciones, envidia, traumas, hipocondría, neurosis, manías extremas y una profunda soledad; eso sin tomar en cuenta los achaques propios de la edad. La sabia voz de mi conciencia ahora me dice que por salud mental debo huir de su casa, de esta doña que acostumbra a cagar con la puerta del baño abierta. Como ahora, muchas veces me he reído de mis problemas, por eso me encanta la filosofía de Woody Allen en su cinta “Melinda y Melinda” (“Melinda and Melinda”, EUA, 2004) en donde nos hace ver con maestría que la vida puede ser una total tragedia o una genial comedia, todo depende del tratamiento del guión, es decir de la actitud que cada quien tome ante los acontecimientos.Pero no todo es negrura en Ciudad Infernal; gracias al cielo existen los amigos, Reactor 105, la Cineteca Nacional y fiestas alternativas con excelente música y performances poca madre. Un puñado de estos ingredientes es suficiente para sobrevivir entre chilangos no por gusto sino por puritita necesidad. Así que entre empujones, rock y cine me ha llegado la adaptación. Ahora bien, no hay que confundir estilo de vida con calidad de vida. Es verdad que en mi tierra natal hay más espacio y tranquilidad, bueno hasta me dí el lujo de tener mi propia casa. Pero todo ello de nada sirve si no hay espacios laborales y culturales alternativos y dignos. Recientemente me topé con el nuevo número de la revista “Chilango” donde en un artículo tocan el tema de la inmigración a la capital y de cómo los inmigrantes se han adaptado a tal grado que extrañan el caos cuando están lejos del D.F. Incluye un listado de consejos bastante cómicos sobre cómo sobrevivir en provincia, haciendo alusión a la fama que se han ganado los chilangos. Este número, dedicado al “Amor Chilango” enuncia una gran verdad: un chilango viviendo en provincia se muere de aburrimiento, no sabe qué hacer con tanta tranquilidad y tiempo libre.Por otro lado, pude comprobar que la provincia es un oasis, un escape de fin de semana. Mientras yo huyo a Puebla, algunos chilangos a Teques, a Cuernavaca o a Querétaro.
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